De su época
del colegio recuerdo sobre todo el momento de ir a recogerle, siempre enfadado,
ceño fruncido, ni una palabra.
“¿Qué has
hecho hoy en el cole hijo?”, “¡Nada!”. Respondía siempre.
” ¿Qué tal te ha ido?”,
“Mal!”. Su ceño más fruncido aún.
Al pasar a
primaria, con los deberes, todo se volvió aún más dramático. Notas de sus
profesores, diciéndome que no atendía o que no llevaba la tarea hecha.
Yo subía a
clase los viernes por la tarde, me daban permiso para ver su mesa, recoger los
libros que dejaba olvidados, las fichas sin hacer…
En casa, era
un niño feliz, curioso, observador…con sus prismáticos de juguete colgados del
cuello, sus cajitas de experimentos, su colección de piedras…
Desde
primero de primaria comenzaron a avisarme, “tendría que repetir curso, va muy
mal".
Yo siempre preguntaba en qué iba mal, las ciencias le encantaban, la
lengua se le daba bien aunque escribía mal, hacía tachones, se desviaba del
renglón, se iba descolgando del margen al escribir como en una pirámide
invertida.
Cuántas
noches a su lado, tomándole la mano para que redondeara la letra, para que
siguiera el guión, para que acabase la lista interminable de deberes.
En casa
leíamos mucho. Desde pequeños él y su hermana melliza disfrutaban con los
cuentos, de los Hermanos Grimm primero, luego de Italo Calvino, luego de Roald Dahl…
Escuchábamos música, de Eric Satie, de la Penguin Café Orchestra , de los
Titiriteros de Binéfar… Veíamos películas,
La Guerra de los Botones, Milagro en Milán, Peter Pan en versión muda,
La Sirenita…
Salíamos al campo y él se integraba como si siempre hubiera estado ahí, su risa cambiaba, su semblante, su atención.
Con 6 años
comenzó a desarrollar algunos tics, se chupaba los dedos, se olía las manos,
carraspeaba… y comenzaron también los diagnósticos (aunque ya habíamos pasado
por eso antes de entrar a la escuela infantil). Una psiquiatra del Gregorio Marañón le encasquetó un TDHA, aunque tenía sus dudas con un "espectro autista tipo
Asperger”.Le mandó medicación diaria (Rubifén) que yo me negué a darle y por lo que decidió no volver a darme cita.
En tercero,
cuarto y quinto de primaria tuvo tutores y tutoras que por motivos distintos
fueron cambiando, bajas, sustituciones, más cambios para él, sumado a un
desinterés absoluto por el equipo educativo y sobre todo por el equipo de
atención temprana de la zona que le vio una vez y me volvieron a decir que si no le daba la medicación no podían atenderme.
Llegó a
sexto de primaria junto a una docente que se jubilaba, cansada física y
emocionalmente, con continuas bajas y sustituciones diversas… otro reto más a
superar.
Recuerdo la
reunión con sus profesoras y la jefa de estudios, a mitad de curso, ya habían decidido lo que había
que hacer, no estaba maduro para pasar a la ESO, debía repetir.
Y repitió,
repitió lengua que ya había dado y conocía, repitió matemáticas que nunca entendió
para qué servía, repitió dibujo con un maletín donde solo había que recortar
por la línea de puntos, repitió inglés donde curiosamente siempre sacaba
sobresalientes.
Repitió un año de su vida haciendo lo mismo y para él ese fue
el más duro castigo. No por la humillación de estar con compañeros más pequeños
( que a él le gustó), no por impedirle llegar al instituto (que él no quería) ,
no por los comentarios que había que escuchar una y otra vez “es repetidor”(que
a él no le importaban).
Lo más duro para él fue volver a pasar por los mismos
contenidos otra vez, la sensación de perder el tiempo por no aprender nada nuevo
le acompañó desde muy pequeño.
Cada año, cuando le compraba los libros para el
nuevo curso, los revisaba con verdadero interés, repasaba los temas, para llegar a la
conclusión de “si es lo mismo del año pasado”. Otra vez lo mismo, con un poco
más de profundidad, eso a él no le gustaba, quería un verdadero cambio, algo
diferente, que sonara distinto al menos. Nadie entendíamos a qué se refería.
Foto: Pixabay |
Yo lo sufría
todo intensamente, casualmente en aquella época yo era formadora para los
antiguos CAP (Centro de Apoyo al Profesorado) y ahora CETIF (casi inexistentes
pues no hay casi presupuesto para formación del profesorado). Yo formaba a los
profesores en mejora de la convivencia, desarrollo de metodologías activas en
el aula, trabajo con alumnado disruptivo… El alma se me caía a los pies en cada
sesión, todo lo que yo contaba que no se debía hacer lo estaba sufriendo mi
hijo.
Intenté
cambiarle de colegio, me dieron plaza en uno cercano, pero solo a él, mi hijo
más pequeño tendría que quedar en el mismo. Al final decidí que continuaran
juntos, y dedicar el año de repetición a trabajar la confianza que necesitaría
para lanzarse a la ESO con la suficiente fuerza.
La verdad es
que fue un año fácil para él, por primera vez tenía una tutora que iba a estar
todo el curso con él, que además le mostraba afecto, le reforzaba su forma
diferente de ver el mundo, su amor por la naturaleza, su respeto por sus
compañeros y profesores, su divergencia en los comentarios, sus facilidad para
los idiomas, su pasión por aprender.
Y él pasó a
la ESO sintiéndose único y capaz, con ganas de ver cosas diferentes en los
libros. En los libros de clase encontró cosas similares a las de siempre, pero en los profesores
y profesoras encontró algo de pasión por lo que enseñaban, iban más allá del
libro, hablaban del mundo, de sus experiencias, de otras lecturas (que él
buscaba y se leía).
Y llegó a
Bachillerato, y se encontró con que no sabía por dónde continuar, así que cogió
el camino más difícil para él, aquello que siempre se le había dado mal: las
ciencias, porque como él dice, "es mejor estudiar algo que se te da mal, lo que
se te da bien lo aprendes por tu cuenta".
Y pasó la selectividad, aunque en
septiembre, porque se le atascaron la física y las matemáticas, y llegó el día
de ver las notas de selectividad, sin decirnos aún lo que quería seguir
estudiando o haciendo.
Cinco minutos
después de ver las notas de selectividad, me pidió que le ayudara a hacer la
preinscripción en Filosofía. En ese momento lo entendí todo.
No era un
TDHA, ni un Asperger, todo ese tiempo había sido un niño filósofo.
Hoy día, cuando llega de la universidad y le pregunto: "¿Qué tal en clase?", él siempre sonriente (pues así es como está la mayor parte del tiempo) me responde: "Muy bien!" y me comienza a contar lo emocionante que es la Metafísica y lo mucho que le gusta leer a Aristóteles.
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