Ayer fui al cine, tengo la suerte de tener una amiga que me
invita a pre-estrenos de películas, de esas que pasan a veces desapercibidas por
la gran pantalla. Ayer tocaba ver “La distancia más larga”, en la Casa de
América, una película venezolana de 2013 que llegaba ahora a las pantallas españolas,
dirigida por Claudia Pinto, una joven directora que no da puntada sin hilo, sobre la vida y la
muerte, sobre la familia y el arraigo, sobre estar lejos y cerca, cerca y
lejos.
Tenemos a nuestro alrededor, personas que aún estando cerca andan lejos, muy lejos. Tenemos amistades,
familiares, seres queridos, que aún estando lejos muy lejos, están tan cerca.
Acabo de colgar el teléfono después de una larga
conversación con una de esas personas que está lejos pero cerca, hemos
compartido recuerdos de otros que están aún más lejos, incluso de algunos que
se han alejado para siempre. Pero su recuerdo es tan vívido, tan cercano e
intenso que es fácil sentir el vínculo del cariño, ese vínculo que hace fácil
cualquier conversación.
Es fácil perderse en la lejanía de las relaciones cercanas,
las rutinas y las cabezas en otras cosas nos alejan de lo inmediato, de la
vivencia única que nos brinda cada momento.
La película también habla de la pérdida y del derecho a elegir
una muerte digna, el duro equilibrio entre el egoísmo justo de irse sin pedir
permiso y de dejarse vivir sin saber si merecerá la pena lo que queda para que no suene mal la despedida. El equilibrio entre el no quiero que te
marches y el no quiero verte sufrir. Lo
cercano que se aleja de nosotros de manera premeditada y para no volver.
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